El sacrificio , 1986
Por Nicolás Ledezma
Alexander es un periodista y actor retirado, agobiado por la falta de espiritualidad en la humanidad. Durante la celebración de su cumpleaños con su familia, la televisión anuncia la inminente llegada de la tercera guerra mundial. En medio de sueños angustiosos y la histeria, su amigo Otto, un carterista del pueblo, lo convence de acostarse con una bruja como su única esperanza para salvar al mundo.
A través de historias, monólogos, la paternidad y la siembra de un frágil árbol, nos sumergimos en el último largometraje de Andrei Tarkovsky, donde, poco a poco, presenciamos la construcción del alma, el miedo, el asco y la repulsión de un hombre ante un mundo humano desinteresado por lo artístico, lo espiritual y lo divino. En lo que parece ser el colmo de la ironía, Alexander está rodeado de sus seres queridos el día de su cumpleaños, lo que nos permite vislumbrar lo peor del ser humano.
Es crucial descomponer a los familiares y amigos de Alexander, ya que estos personajes simbolizan cada una de las grietas en la realidad que lo rodea. Su esposa Adelaide, con una profunda añoranza por el pasado, anhela recuperar el estatus social que la distinguía de los demás por estar casada con un actor singular. Esta fiebre por lo material parece ser la base de su ego, lo que la lleva a lujuriar con su propia imagen.
Su hija Martha, indiferente y distante, representa perfectamente la actitud de una adolescente carente de conciencia. Aunque tiene la edad suficiente, le falta la madurez para discernir entre los demás, limitándose a mostrar una preocupación insípida por su familia. No le importa si es el cumpleaños de su padre o si la guerra ha comenzado.
Víctor, el amigo médico, encarna la arrogancia de quien, por su posición en la sociedad, se siente con derecho a cuestionar la vida de los demás. Además, finge tener conocimiento y sensibilidad por el arte o la espiritualidad. Sin embargo, no debemos olvidar que también perpetúa la emotividad superficial al sedar a quienes expresan sus sentimientos.
Julia, la empleada doméstica, mantiene una obediencia y sumisión que solo se rompe cuando Adelaide le ordena despertar a su hijo Gossen. En ese momento, defiende la inocencia y la conciencia del niño.
Otto, el carterista y amigo de Alexander, es el único que empatiza con sus inquietudes y pensamientos. Sin embargo, consciente de que podría caer en las mismas condiciones que Alexander, opta por ser su mensajero y consejero.
Finalmente, llegamos a Maria, la otra empleada doméstica, quien claramente representa a la Virgen, la Madre de todos. Ignorada y utilizada para la banalidad, ella se aleja, consciente de lo que está por venir: la tercera guerra mundial.
El ambiente que rodea a Alexander, junto con su carga de conciencia, lo lleva al borde del abismo. Una vez más, Tarkovsky maneja el tiempo de manera magistral, no solo con planos largos, sino también en la estructura del film. Las imágenes se presentan casi de inmediato, seguidas por diálogos que aderezan y sintetizan el plano. Finalmente, regresamos al eje central, Alexander, quien explota en una avalancha de sentimientos, dominado por el miedo. Para detener la guerra, que simboliza la enfermedad que lleva dentro, debe hacer un sacrificio: acostarse con la bruja María, quien es la clave para lograrlo.
Es interesante cómo el planteamiento para alcanzar el fin es blasfemo: la intimidación con la Virgen María, llamada bruja, se convierte en el paso necesario para que Alexander se cure, se libere y se purifique de su pasado, un pasado que sus seres queridos no hicieron más que agravar, ahogándolo en sí mismo. Esas imágenes, grabadas en la memoria incluso en la oscuridad, nos golpean con tal intensidad que nos llevan al llanto. Es inevitable verse reflejado. ¿Qué ser humano no ha llegado ya a este mismo dolor que experimenta Alexander? Y como si no fuera suficiente, el sonido nos envuelve en cada cuadro, creando una barrera que nos impide escapar, haciéndonos sentir, pensar y mirar nuestra realidad. No es casualidad que Tarkovsky invite a través de su filmografía a sostener la atemporalidad de las ideas y temas que aborda.
“El Sacrificio” es un film dedicado a su hijo, lo que al final nos permite, como espectadores, ver un detalle más de la íntima visión de este gran director. A través de su obra, Tarkovsky intensifica el presente de su vida, sus preocupaciones y emociones, transmitiéndolas a su hijo con un cariño y preocupación tan genuinos como los de cualquier padre debería aspirar a tener. Era evidente la inminente muerte del director soviético, y qué mejor manera de despedirse que con estas últimas palabras a su hijo.
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