Por Jesús Chavarría
@jchavarria_cine
En una época en donde aún se pensaba que la animación era solo un producto para niños, y
en la que predominaba el estilo hollywodense estandarizado -que cada cierto tiempo
entregaba estupendas propuestas, no podemos negarlo- y un reciente enamoramiento por el CGI, irrumpió esta producción japonesa en 2D, para demostrar lo contrario y darle la
bienvenida al nuevo siglo, haciéndosele paso con el favor del público y la crítica en general. Por supuesto, esto redundó en que se hiciera de diversos reconocimientos a nivel mundial,
incluyendo el premio Oscar a la mejor película de su categoría, dejando en el camino -con
justicia pero sorpresivamente- a favoritas del circuito comercial como Ice Age y Lilo & Stitch.
La historia que el célebre y veterano director Hayao Miyazaki - La princesa Mononoke, Se
levanta el Viento, EL Castillo Vagabundo- escribiera inspirándose en la hija de un amigo que
solía visitarle, y que muchos relacionarían con Alicia en el País de las Maravillas -hay diversos
paralelismos sin duda-, sigue los pasos de una niña de diez años que a regañadientes tiene que cambiar de casa junto con sus padres. De camino a su nuevo hogar toman un atajo y pierden el rumbo, lo que les lleva a recorrer un lugar aparentemente abandonado, en donde ellos comenten una terrible imprudencia, dejándole sola para enfrentar un mundo habitado por extraños seres en los que no sabe si puede confiar, y con reglas que no entiende.
El punto de partida es simple, sin embargo la sensibilidad del acercamiento que va develando la magia de lo cotidiano, es encantador e inquietante a la vez, y va envolviendo al espectador con metáforas y alegorías, hasta recordarle lo que representa dar rienda suelta a esa capacidad de sorprenderse que a veces ha quedado oculta y abrumada por cierta
interpretación de la madurez. Pero el asunto va un poco más allá, a través de pasajes
agridulces que encuentran en la poesía la mejor forma de vincular la realidad y la fantasía,
plagados de dioses, espíritus, brujas, criaturas insólitas y otros bicharajos -a veces tan
seductores como desagradables-, reflexiona acerca del egoísmo y el sacrificio, sobre la maldad y la culpa, sobre cómo la irresponsabilidad de los padres causa estragos en los hijos, sobre la pérdida de la inocencia, y por si fuera poco, bordea con dramatismo el tema de la prostitución infantil.
El viaje de Chihiro, que se convirtió en la décimo tercera película de los Estudios Ghibli -Mi
Vecino Totoro, La tumba de las luciérnagas-, sorprende por su belleza elocuente y seductora, la humanidad que impregna su estilo de aire tradicional y la naturalidad con que esto le sirve para reinventarse a cada instante, pero sobre todo, por el discurso profundo que le sustenta.
Es una indispensable de la cinematografía. Sin duda se trata de un viaje alucinante y
conmovedor, que se vuelve universal a través de lo extraordinario, cuya manufactura alcanza
niveles de virtuosismo y debe ser considerada no solo una joya de la animación, sino del cine en general.
Texto originalmente publicado en EmpireMX.
Hayao Miyazaki nació el 5 de enero de 1941.
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