Por Raúl S. Martínez
No sé si alguna vez ya lo he mencionado, pero durante la época de los noventa, al menos en la pequeña ciudad cercana a la costa donde crecí, a nadie le importaba el sistema de clasificación de películas. Las escenas de desnudos y de violencia gráfica presentes en algunas producciones eran aspectos irrelevantes a la hora de determinar si un niño podía ingresar a determinadas funciones, que, por cierto, llegaban con un par de retraso con respecto a Ciudad de México.
En mi pueblo todos éramos bienvenidos aunque fuese tarde.
Un sábado en el que no teníamos nada que hacer, mi familia decidió que sería buena idea pasar una amena tarde de cine y tacos. Abrimos el periódico local, donde en la sección de espectáculos se publicaba la cartelera junto con breves sinopsis escritas por alguien que definitivamente no había visto alguna de las películas de la semana y no habiendo mucho de dónde escoger, decidimos ir a ver Starship Troopers (1997) dirigida por Paul Verhoeven y cuyo título fue cambiado en México por el de ¡Invasión!
El heroísmo de Johnny Rico, los efectos especiales que han envejecido con muchísima dignidad, las escenas en las que la Federación destruye a los infames arácnidos y sobre todo la banda sonora de Basil Pouledouris crearon una impronta en mi infantil mente que aún conservo con muchísimo cariño. Por supuesto, y volviendo al tema sobre la indiferencia de los cines locales a la hora de establecer las más mínimas reglas sobre dejar o no ingresar a niños a películas no aptas para ese tipo de público, todavía recuerdo con claridad cómo durante la escena de las duchas grupales en las que varones y mujeres discuten con toda naturalidad las razones por las que se han unido a la infantería móvil (es el futuro, ¡duh!), mi madre cubrió mis ojos, confundida. Fue una de las mejores tardes de aquel año.
Al siguiente lunes durante el entrenamiento con el equipo de fútbol al que había sido inscrito contra mi voluntad, narré con lujo de detalles la película al único otro niño que estaría interesado en escucharme; era igual de malo que yo para el balompié y gracias a eso, al interés similar en películas y libros y a que ambos jugábamos en la defensa, nos convertimos pronto en grandes amigos.
—¿Johnny Rico? Me suena de algo —me dijo mientras tocábamos torpemente el balón en un ejercicio en pareja. Pensó unos segundos mientras el esférico cambiaba de pies. —¿Has leído Tropas del espacio?
Le contesté que no y prometió que me llevaría su copia, si es que la encontraba, al siguiente entrenamiento. Nunca la encontró, o eso fue lo que me dijo, y veinticinco años después mi compañero líbero ya vive en otro país, se ha casado y muy seguramente jamás me prestará su copia de Tropas del Espacio, la novela escrita por Robert A. Heinlein en 1959.
Afortunadamente no tuve que esperar tanto tiempo para encontrarla por mí mismo. Algunos años después, durante una visita familiar a la ciudad de México, encontré una vieja edición en alguna librería de Coyoacán y una semana después había concluido la lectura.
En el futuro, las sociedades humanas hacen una clara distinción entre los ciudadanos, quienes han servido en las Fuerzas Armadas de la Federación Terrana, y el resto de la población civil. Los primeros son los únicos con el derecho de ocupar puestos públicos y de presentar su candidatura para algún cargo de elección popular. En esta nueva sociedad conocemos a Juan, Johnny Rico, un joven de ascendencia filipina que decide, en contra de los deseos de su padre, un civil que ha hecho fortuna sin haber participado de la vida pública y que desprecia a los ciudadanos, unirse la infantería móvil, una de los más aguerridos brazos militares de la Federación Terrana.
Durante la mayor parte de la novela conocemos a través de flashbacks la vida de Johnny antes de unirse a la infantería móvil y también se nos describe el duro entrenamiento por el que atraviesa, justo cuando la Federación Terrana declara la guerra a los arácnidos, una forma de vida originaria del planeta Klendathu organizada en un sistema de castas y controlada por una mente colectiva y los Skinnies una civilización mucho más parecida a la humana, al menos en contraste con los arácnidos y que finalmente cambia de bando para aliarse con la humanidad. Sin embargo, las grandes batallas, escenas de acción, duchas comunales y romance adolescente que forman parte de la libre adaptación de Verhoeven, en la novela de Heinlein son sustituidas por un descriptivo texto en el que Johnny nos lleva a los fundamentos filosóficos de la Federación Terrana, la necesidad del militarismo en esta sociedad ficticia del futuro y sobre todos los beneficios de este nuevo sistema de gobierno.
La novela, escrita en 1959 por Robert A. Heinlein, quien sirvió en la marina de Estados Unidos y fue uno de los principales escritores de Ciencia Ficción de la época junto con Asimov, Bradbury y Arthur C. Clarke, contiene al menos parcialmente la visión del autor sobre la necesidad de una fuerte presencia del ejército en la sociedad, ideología que hoy en día no sólo parece desactualizada sino peligrosa en sí misma y se trata en realidad un ejercicio filosófico que nos lleva a través de los ojos de su protagonista y el interesantísimo mundo posible que plantea a analizar los pros y los contras no sólo de la sociedad futurista en la que Johnny vive sino en los problemas y potenciales soluciones a problemas contemporáneos.
Un texto que a pesar de su poca acción y quizá exceso de descripciones, te mantiene con la nariz metida entre las páginas hasta alcanzar la eterna gloria de la infantería.
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