De la etapa de Alfred Hitchcock dentro del cine mudo, siempre se menciona en primera estancia la que fue quizás su más grande éxito de taquilla de aquel entonces, dígase El Enemigo de las Rubias (1927), sin embargo, no cabe duda de que El Ring, producción del mismo año, tiene los méritos y particularidades suficientes para ser igualmente referida y revisitada, sobre todo por aquellos que se han quedado solo con la versión más conocida del también responsable de piezas maestras como Vértigo (1958), Psicosis (1960) y Los Pájaros (1963), es decir aquella en la que ya estaba enfocado en aprovechar y poner al servicio de sus propósitos, las múltiples posibilidades de la revolución sonora.
Empecemos por decir que se trata de la única de sus películas en donde el guion es de su completa autoría, y el que estuviera dedicado al mundo del pugilismo, se convierte en un claro indicador de la profunda afición que profesaba por ese deporte. Luego basta investigar un poco al respecto, para descubrir que efectivamente era un asiduo asistente a las funciones que se organizaban en los suburbios londinenses. Sin duda, es irresistible para cualquier seguidor de su figura y su filmografía el imaginarle sentado en las gastadas butacas de una arena a reventar, entre las siluetas de un público enardecido, rodeado por la euforia provocada por el combate entre dos gladiadores modernos, que dejaban sudor y sangre en el cuadrilátero, mientras en su mente iba decantando el hecho, hasta encontrar los hilos que le permitirían hacerlo suyo y trasladarlo a la pantalla grande. Un ejemplo de los procesos creativos propios del artista que no desperdiciaba el hecho y que buscaba entender los mecanismos, para luego usarlos como herramientas en su labor. Pero eso es solo el principio, por que además de que esto le da a El Ring, el matiz de una obra muy personal, resulta que aunque tiene poco que ver con el género del que se convirtió en el maestro, luce una manufactura digna de cualquiera de sus logros posteriores.
Es cierto, la historia que sigue los pasos de un boxeador cuya forma de ganarse la vida es enfrentando a todo aquel que se sienta capaz de derrotarlo en un solo round, hasta que alguien llega para enviarlo a lona mientras seduce a su prometida, afrenta que por cierto buscará cobrarse en el ring; es más bien anecdótica y no posee giros argumentales sorpresivos, amén de que los personajes a cargo de actores que con el tiempo volverían a ponerse bajo sus órdenes -Carl Brisson, Lillian Hall-Davis y Gordon Harker-, son más bien arquetípicos. Pero sus valores están en el manejo de la imagen -como lo evidencia la austeridad en el uso de los cuadros de diálogos-, principal materia prima del cine silente, y en eso su habilidad ya rayaba en el virtuosismo. Es más que sobresaliente el dinamismo del montaje con reminiscencias al cine alemán -recordemos la admiración que tenía Hitchcock por el legendario F.W. Murnau-, ademas de la forma en que alude a cierto voyerismo y devela acciones plagadas de ingeniosas convenciones producto de una pasmosa claridad sobre el sentido dramático, salpicadas de ironía y humor negro. Tal es el caso de la secuencia en que vemos que el entrenador del protagonista no suele guardar la chaqueta de sus rivales a sabiendas de que no tardarán en bajar del encordado, y a través de su expresión, mientras sostiene la prenda correspondiente, se enfatiza el momento en que uno de ellos es capaz de superar a su pupilo; lo mismo cuando muestran el letrero que anuncia “2º Round”, y está prácticamente nuevo, evidenciando que pocas veces se había llegado a utilizar.
Es importante mencionar que para la realización de El Ring, el director inglés contó con un presupuesto muy respetable y enormes libertades creativas, pues acababa de abandonar Gainsborough Pictures -sello bajo el que había debutado- para integrase a British International Pictures, lo que por supuesto fue parte de lo que le permitió entregar un producto con tales aciertos cinematográficos, mismos que no pasaron desapercibidos para los miembros de la crítica especializada, quienes le celebraron el resultado. En contraste la respuesta del público fue un tanto tibia, pues resintió la falta de carisma y de desarrollo de los personajes. Detalle que a la larga sabría compensar y con creces, un Alfred Hitchcock ya en plenitud, que alcanzaría gracias a pasos previos como este, que de por sí ya eran brillantes.
Por Jesús Chavarría
@jchavarria_cine
Texto originalmente publicado en la Revista Empire México
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