FOTOSECUENCIA DE ELIO JIMÉNEZ | 2024
Anoche soñé que me golpeabas, que tu abuela, tu madre, tus hermanas, tus hijas te justificaban. El sueño se convirtió en pesadilla, cuando de las sombras mi propio reflejo se aparecía para defenderte. Corrí entonces. Frente a mí, el corredor de Madero se hacía largo, tan largo como el camino de los muertos al cementerio, tan largo como los años de lucha de las mujeres. Al final la bandera que ondeaba a media asta, se desgarraba en cachos cayendo en la plaza del zócalo cubierta de muertas con nombre de mi madre, mi abuela, mis tías, mis hermanas, mis amigas y mis hijas. Mis piernas dejaron de moverse, con los brazos intenté arrastrarme.
Desperté. Dormías plácidamente, como duerme toda la ciudad a esa hora de la madrugada, apenas un aullido de un perro se oía en el silencio de la oscuridad. Volví a dormir, las mujeres aparecieron entonces; caminaban por paseo de Reforma, las ventanas de los edificios estaban cerradas, nadie escuchaba sus gritos. Familias miraban desde las terrazas, impávidas, como si no nos escucharan, como si nada pasara.
¡Escuchen!Les gritábamos ¡Escuchen! ¡Escuchen!
Mi voz se diluía en los noticieros de la noche, atascados de promesas políticas. Políticas, políticas, políticas...
Una hija daba a luz, ahí frente a mí, en plena calle, la sangre corría. Un hombre viejo sopeaba la sangre, como un caldo, como un café, como una salsa la saboreaba frente a mis ojos.
¡Es sangre le gritaba! ¡Es sangre de la muerta de mi hija!
La hija se levantaba, ahora era madre, ahora era abuela, ahora era muerta. Esto es un sueño, esto es un sueño. Desperté sudando.
Seguías plácidamente durmiendo, envuelto en las cobijas, con la luz del amanecer detrás de tu cuerpo. Mis párpados pesados me hicieron volver a dormir.
Las mujeres seguían ahí, eran todas; eran tus abuelas, las mías; tu madre, la mía; tus hermanas, las mías; tus hijas, las mías. Eran todas, era un funeral. Todas lloraban, me acercaba entonces a ver el ataúd, dentro de este había bocas, bocas de mujeres, las bocas estaban podridas, las voces habían muerto. Volteaba entonces a ver a las que rodeaban el féretro, ninguna tenía ojos, ninguna tenía labios, las lágrimas salían de los oídos. Las lágrimas eran letras. Me llevé las manos a mi rostro, tampoco tenía ojos, tampoco tenía labios, los oídos me dolían, las manos escribían.
Texto: KV
Fotografía: Elio Jiménez, síguelo en IG: @eliodeelote
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